La Fey Y El Amor Salvan

Por P. Gustavo Martagon, SDB

La primera lectura es un canto de optimismo creyente: “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes” (Sab.): Dios no es Dios de muertos sino de vivos… Se nos revela aquí la voluntad de Dios de dar vida “eterna”, es decir, verdadera, consistente… Dios nos ha creado para que entremos en una relación vivificante con Él que empieza en nuestra vida temporal y llega hasta la vida eterna.

Jesucristo es el Sacramento, la señal de ese amor vivificador de Dios: “siendo rico se hico pobre para enriquecernos a todos” (2 Cor 8). La vida natural que Dios nos da –prenda de vida eterna- se realiza y se incrementa en la solidaridad: ser solidarios unos con otros, como Dios, como Jesús lo es con nosotros. Quien sale de sí, encuentra más vida y no menos. Quien se encierra en sí mismo queda infecundo y muere. Esa es la regla del evangelio.

“Con solo tocarle el manto curaré” “Talitha qumi” (Mc 5). Jesús, como Hijo de Dios, produce “salvación” a su alrededor, desde su actitud solidaria con el que sufre: se apiada de la mujer con flujos de sangre, que no lograr curarse a pesar del empeño que pone en ello; se apiada de Jairo, cuya hija enferma llega a morir. En Jesús descubrimos: sensibilidad hacia el mal ajeno; implicación real y efectiva en el problema del otro; ofrecimiento de “la salvación total” que viene de Dios y que toca a la persona en todas sus dimensiones: “… Tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad”.

Nosotros también tenemos la suerte de poder encontrarnos con Jesús, de apretarnos en torno a Él, de escuchar su mensaje, de tocar sus vestidos… La Eucaristía es el misterio salvador de Cristo, en los signos visibles de la liturgia: la comunidad que se reúne en torno a su presidente (que actúa in persona Christi), la Palabra de Dios que se proclama, el Pan y el Vino… son como “la orla del vestido de Jesús” que podemos tocar y ser sanados, no desde una actitud mágica (Dios sin nosotros) sino desde una actitud de fe personal (Dios a través de nuestra fe). Nosotros también “nos quedamos viendo visiones”, asombrados de lo que es capaz de hacer Jesús en nosotros. Y de lo que nosotros somos capaces de hacer si confiamos en Jesús y nos disponemos a seguirle con autenticidad: “Tu poder multiplica la eficacia del hombre y crece cada día entre sus manos la Obra de Tus manos, Señor” (himno litúrgico).